La coproducción colombo española Del otro lado del jardín es una adaptación de la novela homónima del poeta y escritor colombiano Carlos Framb, quien relata su propia experiencia tras haber sido acusado de matricidio por ayudar a su madre enferma a morir. Este caso real no solo captura una situación legal extrema, sino que pone en el centro del debate el derecho a una muerte digna, cuestionando los límites de la compasión y la autonomía personal frente a un sistema judicial que no siempre está listo para lidiar con tales dilemas éticos.
En su primera película como director, el productor y guionista caleño Daniel Posada nos invita a reflexionar sobre la eutanasia y el suicidio asistido. La película es un potente catalizador de discusión sobre un tema que aún resulta controversial en muchas sociedades. Con un enfoque dentro del drama judicial, la historia presenta a un acusado de haber asistido en la muerte de su madre, quien sufría una enfermedad terminal; a una fiscal que representa la fuerza del Estado y que busca una condena ejemplar; y a un abogado humanista que asume la defensa del acusado desde una perspectiva de empatía y respeto hacia las decisiones individuales.
Julián Román interpreta a Carlos Framb, el acusado un poeta y profesor de literatura que decide asistir a su madre, Luz Mila (Vicky Hernández), en un acto que considera un último gesto de amor. Tras armar un plan para ayudar a su madre a terminar con su dolor, Carlos despierta esposado en una camilla de hospital, acusado de matricidio, enfrentando una condena de hasta treinta años de prisión. La película coescrita por Ignacio del Moral (autor de esa gran obra del cine español protagonizada por Javier Bardem y Luis Tosar llamada Los lunes al sol) y que se toma sus licencias dramáticas con respecto al libro, nos coloca en el dilema que enfrenta la libertad individual contra la interpretación de la ley y la moral.
Carlos toma una decisión drástica ante la agonía de su madre, una mujer que vive sin esperanza de alivio o recuperación. Luz Mila es una madre y una mujer atrapada entre la devoción religiosa y el dolor constante, que la llevan a pedirle a su hijo lo impensable. Carlos es presentado como un personaje que carga no solo con la enfermedad y las dificultades de su madre, sino con el peso de la elección de liberarla del sufrimiento, un acto que en su visión es de amor, pero que el sistema judicial y la sociedad ven como un crimen.
El juicio de Carlos está encabezado por Gloria (Juana Acosta, la protagonista de Anna, uno de los mejores retratos cinematográficos sobre el trastorno bipolar), quien es una fiscal determinada a conseguir la pena máxima. Gloria es un personaje que abraza la ley desde un lugar rígido y profesional, tratando de llevar el caso con la precisión y el fervor de quien cree en la justicia como un acto moral inapelable. Aunque su postura es firme, a lo largo del juicio surgen aspectos en su vida personal que la hacen cuestionarse si el sistema judicial tiene la capacidad de decidir en asuntos tan íntimos y trágicos como el que enfrenta Carlos. Juana Acosta interpreta a Gloria con la intensidad y el conflicto interno que necesita un personaje que debe navegar entre su convicción legal y la realidad de las decisiones individuales.
Por el lado de la defensa, Santiago (Luis Fernando Hoyos) toma el caso motivado por convicciones y experiencias personales. Santiago es un abogado que cree que el acto de Carlos no fue un homicidio, sino una expresión de respeto por el deseo de su madre. Esta postura lo convierte en una pieza clave para desafiar la rigidez de la fiscalía, pero también pone en la mesa el tema de los derechos individuales frente a los valores sociales. Santiago trata de evidenciar la situación desde el dolor y la experiencia de su cliente, haciendo de este juicio un espacio para cuestionar el papel del Estado en decisiones tan personales.
La película no solo gira en torno a los personajes principales, sino que otros personajes como Andrés, el guardia de la cárcel (Juan Sebastián Calero) un hombre duro que pasa de juzgar sin miramientos a comprender al ser humano; y Ebel, el amigo y amante de Carlos (Christian Tappan), suman perspectivas que complementan el conflicto central. El vínculo entre Carlos y Ebel plantea también el tema de la muerte asistida desde otro ángulo, pues ambos han compartido una visión de vida donde el dolor físico y emocional se enfrenta con decisiones radicales (curiosamente, Tappan y Calero, al igual que David Noreña, que interpreta al juez, comparten también pantalla en la reciente Pimpinero: Sangre y gasolina). Posada, en su primera experiencia como director, consigue llevar a estos actores a una interpretación que conecta con la realidad cruda de los dilemas que enfrentan, aunque su dirección aún tiene momentos en los que podría afinar su estilo y ritmo narrativo. Pero pese a estos detalles, Del otro lado del jardín es una película sólida que se atreve a poner sobre la mesa un tema delicado y complejo. Nos recuerda que la muerte es inevitable y que las decisiones en torno a ella deberían poder tomarse sin el peso añadido del juicio social y el dolor prolongado. La película, conmovedora y directa, nos hace cuestionar qué tanto control deben tener las instituciones sobre algo tan íntimo como el deseo de una despedida sin sufrimiento, planteando la eutanasia como un acto de humanidad y respeto por la libertad individual.